La sumisión o la aceptación a ciegas del PRI para gobernarnos fue y sigue
siendo una secuela del caudillismo postrevolucionario y de la influencia del
catolicismo en la manera de pensar y hacer las cosas en México.
Ser del PRI era (¿era?) ser mexicano, patriota…
institucional. Ser católico era (¿Sigue siendo?) ser guadalupano, estar bajo la
protección del máximo símbolo libertario, gracias a Hidalgo en 1810 y
reafirmado por Fox en el año 2000. Aunque
hemos estado pasando de una a otra pandilla de políticos, (la oligarquía es la
misma), hemos dado cuando menos un paso
hacia el progreso; porque no me dejarán mentir quienes lean este artículo que
los ricos que se apoderaron de esta nación desde 1521 siguen siendo los mismos
y los pobres, los despojados de aquel entonces también son los mismos salvo
contadas excepciones (algunos traidores, besamanos, narcos, empleados de éstos y sicarios cuyo común denominador es no
haberse preocupado por obtener ninguna preparación o algún grado académico
(aunque parezcan tenerlo), para quienes la mayor ofensa es que les ofrezcan un
trabajo de 8 horas y más si es con el salario
mínimo y mucho más si se trata de rolar turnos); así que el actual
estado de subdesarrollo en que se encuentra el país, no es casualidad, sino el
resultado de todas las triquiñuelas de quienes administran y han administrado
la riqueza nacional desde aquella fecha de la que ya he hecho alusión.
Desde 1938 tuvimos la oportunidad de crear la
infraestructura para el desarrollo
general e integral del país y no lo hicimos (todo se ha quedado en las cuentas
de los gobernantes en turno, sus directores de PEMEX y de los líderes del
sindicato petrolero), no le convenía a la oligarquía “revolucionaria” y la masa
social de gobernados, entregada su confianza incondicional a ésta, nada
hicimos. Protestar era estar en contra de la banderita y faltarle el respeto a
la virgencita y aquí estamos: postrados ante el dólar, ante el PRI, ante la
virgen, ante la televisión y ante la internet; ¿Qué se espera? Seguir como
estamos, sin acceder a niveles reales y superiores de bienestar familiar y
social, distraídos con la tele, divertidos en el “yutú” y exhibiendo nuestras miserias en forma de “selfis” y confesiones en
el “feis”. Bien instalado el circo
aunque ni pan haya.