sábado, 25 de julio de 2015

LA FLORIDA



LA FLORIDA

 Entre 1870 y 1900, se construyó en la Hacienda de Atequiza una finca que por su belleza, distribución y decorado, se convirtió en prácticamente en la nueva Casa Grande de la Hacienda o su nuevo Casco, como solían llamar  a la mansión donde vivían los dueños de estos enclaves económicos  que producían, según la región del país en donde se encontraran diversos productos,  como materias primas o industrializados; así, había haciendas henequeneras, azucareras, harineras, ganaderas, agrícolas y hasta mineras; la de Atequiza que se ubicaba en el extremo oriental del Valle de Toluquilla, en el centro del estado de Jalisco se producía trigo, ganado de engorda, toros de lidia, maiz, frijol y diferentes verduras y legumbres amén de frutos como naranjas, membrillos y nueces. José Cuervo hizo funcionar una fábrica de alcohol y con eso se ganó una de las calles más tradicionales de este pueblo. 

La finca de la que hablamos era conocida como La Florida aunque a su dueña le gustaba más el título de Casa Aloha, un término que quizás  oyó en Hawai o en algún otro de los destinos turísticos a donde solían viajar en familia, según algunos referentes fotográficos de la época en los que se les ve en Egipto, España, Canadá, etc.

Algunas crónicas señalan que la casa fue un regalo  que Porfirio Díaz hizo al hijo mayor del matrimonio Cuesta Gallardo, llamado Manuel, con motivo de su casamiento. Este personaje fue el último gobernador de Jalisco  del porfiriato, lo que hizo que en repetidas ocasiones estuvieran en esta hacienda todos los poderes de la república, ya que el presidente Díaz y parte de su gabinete solían visitar este lugar en su paso hacia Chapala en donde tenía una casa de recreo. Aquí Díaz sugirió y fue enviado Gabriel Veyre, del equipo de los Hermanos Lumiere para hacer algunas tomas  para el cinematógrafo en 1896, mismas que se conocen como Vistas, imágenes con las que se dio a conocer el México Rural de fines del S. XIX, en Europa.

La arquitectura de La Florida tiene cierto eclecticismo, en donde se entremezclan estilos como el neoclásico, el griego o el románico; llama la atención una amplia terraza a donde confluyen tres  calzadas que se despliegan hacia el norte; por la central se tendía una espuela del ferrocarril que era por donde Porfirio Díaz y su séquito accesaban a la finca en donde le incluían hasta representaciones teatrales y audiciones en un teatro que se encuentra en sus proximidades y que fue objeto de remodelación y equipamiento con motivo de los festejos del Bicentenario de la Independencia Nacional y el Centenario de la Revolución Mexicana en el 2010. La casona está abandonada pese a los esfuerzos  de los pobladores de Atequiza por su rescate. Está casi al colapso, las excavaciones hechas en sus muros y cimientos en búsqueda de tesoros, la vegetación que ha crecido en éstos y hasta en sus techos, el uso como bodega por la empresa a la que le "pertenece" (Cytec, una planta química que más que beneficios ha causado muchos perjuicios a la salud de todos los habitantes de este pueblo) y la simulación de todo tipo de autoridades especialmente las representadas por el gobernador González Márquez  quienes hasta una anastilosis autorizaron, "inspirados" en el caso de un templo egipcio (Templo de Ramsés) que fue rescatado con esta técnica para dar paso a la famosa presa de Asuán; para tal fin la empresa "donó" un predio que ante la imposibilidad del proyecto hoy luce lleno de mezquites y otra vegetación típica de esta región, como un monumento a la burla de que fue objeto esta población.

Ante estas circunstancias el destino de la Casona de La Florida no es incierto, va hacia el colapso, hacia su destrucción total y todo lo que ésta representa en el contexto histórico-social de Atequiza, de Jalisco y de México. Creo que ocupa más voces, mas plumas y más acciones. Todavía es rescatable.


martes, 7 de julio de 2015

LA ESTACIÓN


LA ESTACIÓN

Ayer, el remoto ayer de las máquinas de vapor, le daba sentido al enorme depósito elevado de agua que estaba cerca del cambio al poniente de la estación, justo antes de cruzar el puente. En el otro ayer, una poderosa locomotora alimentada con diesel detenía su marcha frente a la estación, donde permanecía bufando, como retando, expeliendo su aliento aceitoso y picante mientras bajaban y subían viajeros y vendedoras de tacos  y picones ya fuera rumbo a la ciudad de México o a la ciudad de Guadalajara. Hoy, un hoy que ya ronda los 30 años, ya no para ningún tren, no hay viajeros ni vendedoras, ni nadie que venga a dar la bienvenida a alguien o a despedirlo; sólo campea el abandono, la destrucción y un penetrante  y nauseabundo olor a humedad, mierda y orines ante unos muros que valientemente, amparados por la fortaleza que le dieron sus leales constructores, ante unos techos -que bien  podrían ser envidiados por más de una moderna construcción- que resisten a la intemperie que franca penetra por donde algún día hubo puertas y ventanas. Resisten, resistirán más las tijeras de su techumbre que lucen sanas y vigorosas como desafiando al abandono, pero sin duda alguna sucumbirán a la vuelta de otro temporal  o cuando mucho otro más si no es que antes no van a parar a alguna casa de campo o a alguna bodega de algún bazar o  de  algún museo particular; pero todo apunta a convertirse en ruinas y éstas serán un monumento más a la desidia y al desinterés de quienes manejan los bienes de la Nación y a  la derrota de la ciudadanía en su débil lucha por conservar para seguir disfrutando estos inmuebles (como La Florida, exquisita casona neoclásica de la que les hablaré en la próxima entrega) que son los vestigios de  su origen y de su historia. Sí, La Estación Ferroviaria de Atequiza, Jalisco, en México está en proceso de convertirse en ruinas (exactamente como La Florida) y de éstas, en recuerdo, y finalmente en nada; así lo está decretando su presente, y en este contexto, no hay futuro.